Martes de la semana 30º semana (C)

Lectura del santo evangelio según san Lucas (13, 18-21):

Decía, pues: «¿A qué es semejante el reino de Dios o a qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; creció, se hizo un árbol y los pájaros del cielo anidaron en sus ramas».

Y dijo de nuevo: «¿A qué compararé el reino de Dios? Es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó».

Comentario 

A qué lo compararé

El grano de mostaza es increíblemente minúsculo en comparación con el árbol del que se obtiene la especia. La parábola de Jesús sobre el grano de mostaza o la levadura que hace fermentar la masa tiene que ver con la potencia y el acto, como definió la filosofía aristotélica. Todo lo que llega a ser el árbol de la mostaza, que da cobijo a los pájaros del cielo, está contenido en un diminuto grano que es fecundo cuando se entierra. Así nuestra vida de fe. También ella está contenida, replegada diríamos siguiendo a San Pablo, a la espera de caer en la tierra fértil, que se la riegue y se la cuide hasta dar buena sombra. Está en nosotros en potencia todo lo que podemos llegar a hacer por el reino de Dios, todo el fruto que podemos llegar a dar en nuestra parroquia o en nuestra comunidad donde vivamos la fe, pero agazapado, latente, esperando la ocasión de proyectarse, de crecer y multiplicarse en cuanto la gracia se despliega en nosotros.  Muchas veces nos asaltan las dudas en torno a la pequeñez de nuestra titubeante fe. Sin darnos cuenta de que, aunque ahora la veamos vacilante y minúscula, algún día puede llegar a ser robusta y grandiosa para cobijar a muchos otros. Es cuestión de perseverar en la oración por la que pedimos que el Espíritu Santo nos sostenga y nos aliente. Y ese granito insignificante se convierte en un árbol frondoso.

 

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