Jueves de la 3ª semana de Pascua (A)

Lectura del santo evangelio según San Juan (6, 44-51)

«Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna.

Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».

Comentario

El que cree tiene vida eterna

Jesús, el Verbo encarnado, es el único mediador entre Dios y los hombres. Este pensamiento lógicamente tenía que causar escándalo en la mentalidad judía de la época. Pero la proclamación del pan de vida que aquí vuelve a hacer Jesús abunda en esa línea. El maná caducaba y se corrompía; y de resultas, quienes lo comieron, sobrevivieron al éxodo hasta la tierra prometida pero acabaron muriendo por ley natural. Ahora, sin embargo, Jesús se presenta a sí mismo como un nuevo maná, bajado del cielo, que no se corrompe; y de resultas, quienes lo coman no morirán y vivirán para siempre. El paralelismo entre ambos alimentos -el maná del pueblo de Israel peregrino y el cuerpo de Cristo de la Iglesia peregrina- es evidente. Jesús está hablando de un alimento que asegura la vida eterna. ¿Quién iba a ser tan obtuso de rechazarlo?

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