San Juan Apóstol y evangelista

 

Siempre Adelante ofrece durante esta semana, una serie de meditaciones sobre los personajes bíblicos que estuvieron junto a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.

Cada semblanza, vivencia y experiencia ha sido elaborada por distintos colaboradores que han querido, esta última semana de Cuaresma, compartir y acercar al lector no sólo a la oración contemplativa, sino también a la acción de gracias y a la petición, como camino cuaresmal que permita preparar el espíritu para vivir con mayor sensibilidad y disposición la Semana Santa que se avecina, muy distinta a años anteriores.

Se trata de profundos y hermosos textos que se pueden compartir en familia, en torno, inclusive, a la Palabra de Dios, con actitud de oración y reflexión, con el corazón y la mente abiertos a lo que Jesús quiere decir.

De nuevo me encuentro siguiendo sus pasos unos metros por detrás. Desde aquel primer encuentro en Tiberiades, Jesús ha sido mi camino. Cae la noche y avanzamos entre olivos casi a hurtadillas y en silencio, siento tanta verdad en sus palabras como en el rechazo que generamos alrededor, vuelven a mí sentimientos encontrados deseando por momentos ser aquel “hijo del trueno” y que se desate el fuego del cielo y abrase con todo llevándose esta clandestinidad, pero él siempre me ha contenido, nunca he podido contradecir su gesto y mirada firme.

El ambiente se ha enrarecido, ha cambiado mucho en pocos días. Hace nada volvíamos a Jerusalén tras un Jesús aclamado por todos y hoy jueves día de ázimos hemos entrado a escondidas, nos consta que quieren apresarlo. Pedro y yo nos hemos adelantado siguiendo sus indicaciones para preparar la cena de Pascua. No llego a acostumbrarme a hacer lo que pide sin cuestionarlo ¿cómo íbamos a encontrar sitio para tantos en tan corto espacio de tiempo?, pero quien puede resistirse a la verdad. Tras cada encomienda, por más extraño que parezca el encargo, hay un camino trazado… y así sin poder negarme me encuentro cruzando la puerta de Siloé siguiendo a un hombre con un cántaro de agua que tras unas pocas calles entra en una casa. Una vez cruzado el umbral, Pedro ha repetido las palabras que Jesús hace unas horas nos señalaba: “el Maestro te dice: ¿dónde está la estancia en que he de comer la Pascua con mis discípulos?”… (Mt 26,17-19)…y ya está, al instante, una sala en la planta superior con mesa, luz y alimentos. He podido comprobar muchas veces en estos años que todo se resuelve una vez te abandonas en sus brazos.

Ahora mismo nos dirigimos al lugar donde se prensa el aceite, donde la aceituna deja de ser fruto maduro para convertirse en ese fluido que prácticamente impregna la vida, nutre y unge nuestros cuerpos, sana nuestros males y enciende las lámparas en noches como esta. Por un momento me ha venido a la mente otro fruto y recuerdo cómo Jesús hace pocos días nos hablaba del grano de trigo, uno que había de caer en la tierra y morir, y como tras esa muerte, ese único grano se multiplicaba (Jn 12,20-26). Presiento que algo está a punto de romperse y nada será como era…que este molino junto al jardín de olivos acabará por molernos a todos y cambiar nuestra carne y hueso de aceituna.

Mientras caminamos entre los olivos no puedo dejar de pensar en lo sucedido durante la cena, creo que no alcanzo a entender nada, y además no soy el único. Algunos lo comentábamos tras la cena. Me he sentido extraño e incluso molesto por momentos al ver que nuestro maestro se ceñía una toalla y dispuesto nos lavaba los pies ¿cómo puede ser que quien estoy seguro es el Hijo de Dios se allane a limpiar nuestras inmundicias? ¿para esto ha venido?…

Luego ha tomado el pan y el vino entre su manos, como siempre acostumbra, pero…de otra manera, algo era diferente en sus gestos, en sus palabras: tomad comed y bebed, mi cuerpo y mi sangre, ¿qué ha querido decir? Desde hace tres años lo hemos compartido todo con él y él con nosotros, vivimos juntos, viajamos, comemos y dormimos juntos. ¿A qué viene ahora eso de que ha de repartir su cuerpo entre nosotros?, ¿y por qué ha insistido en que recordemos sus palabras? Nuestro pueblo lleva mucho tiempo esperando al Mesías y de repente ahora todo suena a despedida, no deja de repetirnos que ha llegado la hora.

Uno de ustedes me entregará, ¿cómo? ¿no sabe cuánto le amamos? Hemos discutido entre nosotros quién podría ser, hasta que Pedro me ha indicado que le preguntase yo. A continuación le ha pasado un bocado a Judas, (Jn 13:26) que al momento nos ha dejado con la urgencia de realizar alguna tarea, ya que el mismo Jesús le ha pedido que hiciera pronto lo que debía hacer.

Vamos deteniendo el paso, al parecer hemos llegado, Jesús se ha girado y me pide que con Pedro y Santiago velemos y oremos junto a él como en otras ocasiones. Ya estaba algo cansado así que me he recostado bajo uno de los pies de olivo mientras veo que él se aleja unos pasos. Quizá necesita estar solo, pero me preocupa, lo noto apesadumbrado, triste, como si sobre sus hombros nos llevase a todos encima. Esta celebración de Pascua no ha sido como las anteriores, desde el primer momento ha estado envuelta en un halo de preocupación e incluso cierto pesimismo, atrás quedaron la alegría y la fiesta, sobre todo desde que empezamos a notar lo incómodas que se hacen las enseñanzas del Maestro para los miembros del Sanedrín y las autoridades romanas. La noche está calma y veo miles de estrellas en el cielo asomándose entre las ramas. Repito en mi cabeza: nada malo va a pasar.

Nos dice que ya no estará con nosotros por mucho tiempo, que ha de marchar y que allí a donde va no podemos ir nosotros ¿por qué ha de haber un final? A mí no me puede engañar, sé quien es, he visto su gloria, subí a la montaña y lo vi vestido de blanco resplandeciente junto a Elías y Moisés (Lc 9:28-36) en él está la VIDA y es LUZ para todos nosotros. (Jn 1, 4). Estos mismos ojos lo han visto vencer a la muerte, escuché sus palabras: “Talita cumi”…”talita cumi” (Mc 5:41)… nada malo puede pasar.

Me está venciendo el sueño, desde aquí puedo ver a Pedro que parece estar dormido. Tengo que aguantar, le he prometido que velaría y oraríamos juntos, pero la cabeza no para de dar vueltas a todo y estoy realmente cansado.

Tengo miedo, sabes que te seguiré pero me atormentan tus palabras, ¿qué cáliz hemos de beber? ¿a qué bautismo te refieres?. (Mt. 20.20-28)

No sé qué hacemos aquí, quisiera estar de nuevo junto a Él, como hace un momento recostado sobre su pecho y escuchando sus palabras de nuevo “vuestro amor mutuo será el distintivo por el todo el mundo os reconocerá como discípulos mios”… “amaos,…amaos como yo os he amado”

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