«Uno no puede relajarse ni abandonarse porque queda mucho por hacer»

Leandro Sequeiros San Román, nacido en Sevilla en 1942 es jesuita, sacerdote, licenciado en Teología, doctor en Ciencias Geológicas y Catedrático de Universidad jubilado. Antes de jubilarse fue, además, profesor de la Facultad de Teología de Granada y colaborador de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Comillas, dedicada a tender puentes entre pensamiento científico, filosofía y espiritualidad. Actualmente, desde 2016, es Capellán- Residente en la Residencia de Mayores San Rafael en Dos Hermanas. Luis Manuel Fernández Fernández ha recogido su testimonio de vida y trabajo en una interesante entrevista.

¿Qué fue antes, el sacerdote o el científico? 

Si el “antes” se refiere a lo temporal, primero elegí ser religioso en la Compañía de Jesús, luego fui científico en la Compañía de Jesús y posteriormente fui sacerdote. Desde el punto de vista existencial, creo que las tres cosas han madurado juntas. El momento en que surgió el deseo de ser jesuita no lo sé con exactitud. Pero la decisión se consolidó en 1958, cuando hacia el curso pre-universitario.

Respecto a lo de científico, desde pequeño mostré mucho interés por las materias y las cuestiones científicas.

Ya siendo jesuita, hacia 1964, se decidió que estudiase la carrera de Ciencias (en aquel tiempo tenía un curso común a ciencias e ingenierías llamado “selectivo”) y, con posterioridad, me incliné por estudiar ciencias geológicas. Terminé la carrera en 1970.

En los últimos cursos me especialicé en la rama de Paleontología, el estudio de los aspectos ecológicos y evolutivos del origen y diversificación de los seres vivos a lo largo de los miles de millones de la vida del planeta Tierra.

Descríbanos brevemente su carrera académico-científica. ¿Cómo consigue compatibilizar su tarea sacerdotal?

No es fácil hacer un resumen de mi carrera académico-científica pues son muchos años. Entré en la Compañía de Jesús en 1959. Pronto fui destinado por mis superiores a estudiar Ciencias Geológicas en la Universidad de Granada. Desde 1967 empiezo a estudiar también Teología en Granada. Fui ordenado sacerdote en 1971 y obtuve el grado de Doctor en Ciencias Geológicas dentro de la especialidad de Paleontología en Granada en 1974. Tras la defensa de la Tesis Doctoral, accedo a la Universidad de Zaragoza donde soy profesor entre 1975 y 1983, cuando obtengo la Cátedra de Paleontología de la Universidad de Sevilla, donde estoy hasta 1986. En este año, mis superiores me destinan para otra misión, por lo que renuncio a la Cátedra de Universidad.

Desde 1986 a 1990, soy Director Adjunto de la E.U. de Magisterio de Úbeda y desde octubre de 1991 hasta 1999, profesor Asociado en el I.C.E. de la Universidad de Córdoba, en la plaza de Metodología de la Investigación Científica, siendo mi cometido la mejora de la calidad docente e investigadora del profesorado universitario. Desde 1997, soy profesor de Filosofía de la Naturaleza y de la Ciencia, de Antropología filosófica y de Teoría del Conocimiento en la Facultad de Teología de Granada y, de 2001 a 2009, Director del Departamento de Filosofía de dicha facultad. En 2009 dejo la docencia directa y me dedico a colaborar en la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Comillas.

Soy Director Adjunto de la revista Pensamiento y editor de la revista digital Tendencias21 de las religiones, colaborador del blog FronterasCTR y Vicepresidente de la Asociación de Amigos de Teilhard de Chardin. He escrito gran número de trabajos sobre Geología y Paleontología, Historia de las Ciencias, Didáctica de las Ciencias, Educación en Valores y Voluntariado y también he publicado sobre Teilhard de Chardin, José de Acosta, José Torrubia, Athanasius Kircher, Nicolás Steno, Charles Lyell, Charles Darwin, Lucas Mallada, Juan Vilanova y Piera, entre otros autores.

Finalmente, en septiembre de 2016, mis superiores me destinan como Capellán y Residente en la Residencia de Mayores San Rafael de Dos Hermanas (Fundación Benéfica San Rafael y Fundación Cuidar y Curar)

¿Qué interpelaciones le plantea la ciencia a la fe y viceversa?

Esto sería muy largo de desarrollar.  Supongo que la pregunta se refiere a la fe religiosa cristiana. De alguna manera, la palabra “fe” puede tener un significado “laico”. Todo ser humano tiene “fe” en alguna cosa (ideas, valores, sentimientos, que no pasan por el filtro de la razón). Así, al filósofo de la Ciencia Karl Popper, que era agnóstico, lo acusaron de “fideísmo”, de creer en determinados principios no demostrables a partir de los cuales se edifica la ciencia. Creer en la racionalidad humana, creer en la posibilidad de conocer la naturaleza, creer que hay una regularidad en los procesos naturales, supone ya una fe en cosas básicas sobre las que se edifica lo demás.

Históricamente, desde el siglo XVI, se inicia un aparente conflicto entre la ciencia y la fe cristiana, Todos recordamos a Copérnico y a Galileo. Galileo decía (en su carta a Cristina de Lorena de 1615) que no tiene que haber conflicto entre ciencia y fe. La ciencia nos enseña CÓMO ES el cielo y la fe nos enseña CÓMO SE VA al cielo…

En 1874 se publicó en Inglaterra un libro polémico en el que se resaltaban sin solución los conflictos entre el conocimiento que da la ciencia y las religiones. Se trata del libro de John William Draper, titulado Historia de los conflictos entre la Ciencia y la Religión. En España tuvo una amplia difusión como una herramienta de transmisión de las ideas materialistas. La primera edición española es de 1885, con un prólogo del almeriense de Alhama, Nicolás Salmerón, filósofo y político «revolucionario». Draper no solo se refiere a los casos de la Iglesia católica sino también a casos del Islam e incluso del antiguo Egipto, para demostrar esta tesis: que las ideas religiosas han estado siempre en contra del progreso y del bienestar de la humanidad y han sido usadas para el control ideológico y político del pueblo. Por tanto, entre el conocimiento científico y la fe religiosa no puede haber componenda alguna. Se excluyen como el agua y el aceite. Un científico tiene que ser necesariamente ateo.

Sin embargo, grandes “filósofos de la naturaleza” (los antiguos científicos, como Copérnico, Kepler, Francis Bacon, Galileo, Descartes, Pascal, Leibniz, Newton) fueron grandes creyentes. El profesor Antonio Fernández Rañada [(2008), Los científicos y Dios. Trotta], concluye que los científicos ante la cuestión de Dios “toman posturas muy diversas y personales, más positivas en general de las que admiten las opiniones culturales en boga”. Incluso la Revista Muy interesante (abril de 2000) se pregunta en la portada: “Ciencia y religión, ¿nacidas para entenderse? ¿Es posible un diálogo entre la fe y la ciencia?”  En una encuesta publicada en Nature en 1997, se muestra que en EEUU, el 39,3 % de los científicos encuestados creen en Dios, no cree el 45,3% y el 14,5 % duda. Creen en la inmortalidad el 38 % y no cree en ella el 46,9 %.

¿Cómo deben interactuar ciencia y religión?

En estos últimos años se ha generado, sobre todo en ambientes protestantes liberales norteamericanos, un intento serio de acercamiento entre conocimiento científico y experiencias religiosas. Puede encontrarse mucha información en la página web de la Cátedra Ciencia-Tecnología-Religión de la Universidad Comillas y en la página web del Instituto Metanexus para la Ciencia y la Religión. Dentro de éste, uno de los autores más clarificadores es Ian G. Barbour [(2004), El encuentro entre ciencia y religión: ¿rivales, desconocidas o compañeras de viaje?  Sal Terrae].  Barbour sistematiza en cuatro las posturas históricas que han relacionado la fe cristiana y la ciencia:

  1. Conflicto: la postura que ahonda en el conflicto (y, por tanto, en la imposibilidad de un diálogo) se dio sobre todo en el siglo XIX bajo la influencia del libro de J. W. Draper. Esta lucha abierta, se alimentó, por un lado, de una postura de grosero materialismo científico y, por otro, de un literalismo bíblico fundamentalista que hacía imposible cualquier tipo de encuentro.
  2. Independencia: otra de las posturas ente fe cristiana y ciencia es la de la independencia, tal como ha defendido modernamente Stephen Jay Gould [(1999; español, 2000) Ciencia versus religión. Un falso conflicto. Crítica, colecc. Drakontos]. Según ella, son dos magisterios diferentes, con metodologías diferentes y objetivos diferentes y, por ello, nunca se pueden encontrar. Muchos cristianos evangélicos y cristianos conservadores propugnan esta postura. Ciencia y religión no se encuentran y tan científica es la ciencia de la evolución como la ciencia de la creación.
  3. Diálogo: la postura del diálogo supone unas relaciones constructivas entre ciencia y religión que deben superar los conflictos o la independencia. Se sitúa gradualmente hacia una mayor postura de integración. El diálogo presupone la aceptación por ambas partes de los límites del conocimiento científico y del conocimiento teológico y explora las semejanzas entre los métodos de la ciencia y de la religión, analizando los conceptos puente que permiten unas relaciones transdiciplinares.
  4. Integración: como culmen de este proceso de diálogo está la emergencia de formulaciones nuevas que constituyen lo que se denomina interdisciplinariedad, un intento de reelaboración conceptual y metodológico, que permite aceptar la complementariedad de saberes dentro de un universo de límites difusos pero que acepta la legítima autonomía de cada disciplina. No se trata tanto de lanzar puentes cuanto de hacer una construcción tolerante y plural de interpretaciones del mundo siempre provisionales y éticamente elaboradas. En el pasado, fue la llamada Teología Natural la que estableció constructos teológicos asentados desde los datos de las ciencias empíricas. Más modernamente está el intento denominado Teología de la Naturaleza, según la cual los conceptos teológicos se reelaboran dentro de los macroparadigmas elaborados por las ciencias, de modo que sean comprensibles a los humanos de nuestra época. No cabe duda que el Vaticano II en la Gaudium et Spes hizo notables esfuerzos de relectura teológica de la realidad social y natural.

 ¿Cree necesario y posible un encuentro entre la ciencia y las tradiciones religiosas?

Para muchos filósofos, científicos e incluso pertenecientes a religiones, NO hay posibilidad de acuerdo, diálogo ni encuentro entre el conocimiento científico y la religión o la teología. Como mucho, se puede llegar a un pacto de no agresión.   Algunos lo justifican diciendo que el método auténtico del conocimiento es el de la racionalidad científica, el método hipotético deductivo. Y que la religión pertenece al campo de las convicciones no demostrables.

El Vaticano II reconoce (Gaudium et Spes, 30) que la ciencia es plenamente autónoma y que el conocimiento científico goza de la autonomía de la razón y que, por tanto, la teología no es ni siquiera criterio negativo para las afirmaciones científicas. Pero, supuesta esta autonomía, se impone un esfuerzo de diálogo y de integración. Juan Pablo II, en el Mensaje enviado al P. George Coyne, Director del Observatorio Vaticano, en 1987, con ocasión de la celebración del tercer centenario de la publicación de los Principia Matematica Philosophiae Naturalis de Isaac Newton, enunció de modo claro cuál debe ser el punto de partida para el diálogo e integración entre ciencia y religión:

“La ciencia puede purificar a la religión de error y superstición; la religión puede purificar a la ciencia de idolatría y falsos absolutos. Cada una puede atraer a la otra hacia un mundo más amplio, en el que ambas partes puedan florecer”

¿Cómo trata a una persona religiosa el resto de la comunidad científica?

Si la pregunta se refiere a cómo es aceptada una persona creyente dentro de la comunidad científica, habría mucho que decir.  Depende mucho de cómo es cada científico y cómo es cada científico que además es creyente. Hay científicos ateos o agnósticos que son dialogantes y hay quienes no admiten la menor posibilidad de diálogo. De igual modo, hay científicos creyentes intransigentes y científicos creyentes dialogantes.

Lo que sí es claro es que los argumentos científicos no pueden demostrar la existencia de Dios y tampoco la no existencia. Los científicos no creyentes no lo son debido a la ciencia sino a otros presupuestos existenciales diferentes. La fe religiosa (como la percepción de la belleza de una sinfonía de Beethoven) no depende de argumentos científicos sino de la capacidad de percepción de la belleza que unos lo tienen y otros no.

Hoy hay un intento más intenso por parte de los científicos y de las personas creyentes por un acercamiento, un diálogo, que permita hallar  espacios comunes, un punto de encuentro, como expuso san Juan Pablo II.

 ¿Cuáles han sido las relaciones entre la ciencia y la religión? ¿Tiene sentido hoy una reflexión sobre estas relaciones? ¿Cuáles son los grandes temas de conflicto y diálogo hoy entre ciencia y religión?

Si con el Renacimiento y, sobre todo, con la Ilustración en el siglo XVIII se acentúa el foso entre la ciencia y la teología, entre las creencias y la razón, entre el cristianismo y la modernidad, en la actualidad los horizontes son más esperanzadores. Precisamente hace poco he publicado un extenso artículo sobre este tema [(2018), 40 años de Ciencia y Teología en España (1978-2018): una perspectiva esperanzadora. Carthaginensia, XXXIV, 66, 403-434]. Aquí se puede encontrar algunas pistas sobre este tema.

Este asunto es también objeto de un proyecto actual que llevan a cabo el Observatorio Vaticano y el Center for Theology and Natural Sciences (CTNS) de Berkeley que, hasta el momento, ha dado lugar a la publicación de cinco volúmenes de 400 páginas cada uno: Cosmología cuántica y leyes de la naturaleza (1993), Caos y complejidad (1995), Biología evolutiva y molecular (1995), Neurociencia y la persona (1999) y Mecánica cuántica (2001).

En la actualidad, es usted capellán de la Residencia para Mayores San Rafael, ayuda al párroco de San José cuando se le requiere, sigue enfrascado en diferentes proyectos internacionales de ayuda a comunidades necesitadas y continúa escribiendo. ¿De dónde saca la motivación, las fuerzas y el entusiasmo?

No es habitual que la Compañía de Jesús en el Sector Social incluya una Residencia de personas mayores. Sin embargo, desde hace veinticinco años funciona la Residencia San Rafael a quince kilómetros de Sevilla, en la ciudad de Dos Hermanas. Y tampoco suele ser habitual que en ella resida el capellán que, además, convive y comparte mesa y vida con los cincuenta residentes (mujeres en un 80%). Es una experiencia vital y espiritual de calado que hace que nuestra vida sea diferente.

El capellán convive (lo que significa que participa como uno más en las actividades de la Residencia aunque tiene sus funciones específicas, como es celebrar la eucaristía, colaborar con la dirección, hablar con las familias, tener algunas celebraciones especiales, acompañar en la enfermedad y en la muerte,…) y, además, comparte, es decir, mantiene la escucha permanente de la problemática de las personas mayores, muchas de ellas de bajos recursos económicos, escucha a las familias, les ayuda e intenta levantarles los ánimos en los momentos críticos…

En fin, uno no puede relajarse ni abandonarse porque queda mucho por hacer.

 

 

 

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