Dios no merece la pena… ¡merece la vida!

Lucía y los suyos han luchado contra la Covid-19. Llevaban una vida feliz, pensaban que eran una buena familia hasta que la horrible realidad del coronavirus llegó transformando sus vidas y aumentando su fe.
Familia Ruiz Lozano. De izq. a dcha., Patricio, Lucía, Rocío, Elena, Miguel, Jesús, y Patricia.

Cansancio, soledad y asfixia eran lo que sentía Lucía Ruiz, una joven sevillana de 21 años. Ingresada junto a sus padres, desde el 25 hasta el 30 de marzo, en el hospital Fátima de Sevilla, por Coronavirus. Creyente por herencia, y practicante por voluntad, esta joven ha vivido siempre cerca de Dios. La segunda de cinco hermanos acostumbrada a vivir cómoda, en compañía y siempre haciendo algo. Activa por naturaleza, Lucía es sin duda la cara de la alegría, siempre con una sonrisa. Sin embargo, desde finales de marzo su vida se transforma.

En los momentos más vulnerables es cuando surgen las preguntas más crudas, los pensamientos más difíciles. Poder perder a su madre, era la peor de las sensaciones, no podía dejar de pensar que no era justo. Elena, la madre, ingresada hasta el pasado 8 de abril, recibía cada día el mensaje de que por el agravamiento de la enfermedad podría ser trasladada a la UCI.

Débil y enferma, Lucía ya no era la misma. Ante la inmensidad de aquella situación, la fría y solitaria habitación de hospital y las largas horas de espera, no encontraba consuelo, ni compañía, a pesar de contar con el apoyo de los más cercanos.

“Crónica de esperanza” transcripción de la historia de Lucía Ruiz

«En mi historia, yo he sido una más, de los muchos pacientes que han luchado contra esta enfermedad. Gracias a Dios he salido con vida y fuerzas para poder contarlo. Sé lo debo agradecer a mi familia y a los buenos amigos que no me dejaron sola, aún en la distancia. Pero el premio gordo se lo debo de otorgar a Dios porque cuando ya parecía que no salía de esta, me dio esperanza y valor para seguir.

Los síntomas empezaron el 23 de marzo de 2020. Era el cumpleaños de mi padre, así que aquella mañana mi madre y hermanos vinieron a despertarme como era tradición, para ir todos juntos a darle el regalo que con tanta ilusión habíamos preparado. Conseguí abrir los ojos. Había pasado muy mala noche. El cuerpo me dolía como si me hubiesen pegado una paliza. Me incorporé lentamente, y fue cuando descubrí que no podía respirar bien, me asfixiaba y el dolor en el pecho era insufrible. No entendía nada y lo único que conseguí fue llorar de dolor. Pensaba que había arruinado el cumpleaños de mi padre.

A la mañana siguiente, mi madre y mi padre amanecieron con síntomas. Desesperados fuimos los tres a urgencias. Ya en el hospital, según los resultados de las pruebas, se pudo ver que padecíamos una neumonía grave. Dimos positivo en los test y nos ingresaron. A mis padres los ponen en una habitación juntos, y a mí sola en otra. Ahí empezó la dura batalla que me tocó vivir  en soledad.

La primera mañana del ingreso fue horrible, la habitación de mis padres estaba pegada a la mía y pude comprobar que su situación, especialmente la de mi madre, era muy difícil. No dejaba de ponerme en la peor de las situaciones. No sabía que podía pasar en los días sucesivos y la idea de perder a mi madre y no poder estar junto a ella, me paralizaba. Yo no paraba de repetirme, ¿Qué habíamos hecho para estar así?

¿Era este el plan de Dios?

Lo único que me venía a la cabeza era que Dios nos ayudaría. Creo en un Dios bueno, que nos regala todo y nos lo da todo, y a nosotros no nos dejaría caer de esta forma. Éramos una buena familia, íbamos a misa, rezábamos, lo hacíamos todo como él querría, y nuestro Dios, el misericordioso, el justo, no dejaría a cinco hijos sin su madre, no de aquella forma y sin ni siquiera poder despedirnos. Hasta que me vino la horrible realidad, de pensar que Dios tiene preparado un plan para todos nosotros, pero ¿y si el plan para mi madre era este? ¿y si había llegado su hora? No era justo, ese plan no me gustaba.

Me resulta curioso pensar en cuanto queremos a Dios mientras nos da todo lo que queremos. Somo como niños pequeños. Pero en cuanto nuestros idealizados planes se cambian y nos toca afrontar otra realidad, nuestro ego o nuestra falta de Fe nos ciegan y nos hacen soltar su mano y huir… yo huí.

Así pase los días, ingresada y en soledad. En pura soledad. Mi entorno más cercano estaba preocupado por mí, diciéndome constantemente que iban a rezar para que esto se acabase pronto y de la mejor manera posible. También decían que Dios no nos iba a abandonar, que él sabía lo que hacía. Cada vez que mencionaban a Dios, sentía pavor. No quería enfrentarme a la realidad, no podía pedirle ayuda, no podía estar junto a él. Yo sabía lo que quería, pero no conocía sus planes y eso me angustiaba. Me encerré en mí misma.

Y entonces pasó, la fuerza llegó…

Pasé 5 días en el hospital. Mi madre cada día estaba peor. Uno de los últimos días de mi ingreso escuche tras la puerta como un médico le decía a mi madre que no sabía cómo su cuerpo estaba aguantando todo aquello, que no era normal, y que tendría que haber bajado a UCI hacía mucho tiempo. Sin embargo, siempre que iban a bajarla milagrosamente encontraban algo de mejoría, y esto ocurría cada día. Pensé que había esperanza.

El 30 me dieron el alta, pero seguía con neumonía. Ya en mi casa, mis hermanos (en la distancia) me daban su amor. Pues también en casa tenía que estar aislada. Fue allí cuando me di cuenta, de que a pesar de que me faltaran mis padres, el Señor me ayudaba y de que sus planes siempre eran los correctos. Él sabe el porqué de cada cosa, incluso cuando nuestras mentes, tan “privilegiadas” y “sabias”, no encuentran una explicación, o no les parece la correcta. Así que resignada, pero confortada por estar en casa, decidí ceder. Agarrarme a su mano de nuevo. Comencé a rezar y hablar con el Señor de la situación que me estaba pasando, del miedo que tenía y de las pocas ganas de vivir que me quedaban. Y entonces pasó, la fuerza llegó…

Él incondicionalmente me abrazó. Un amor inmenso volvió a mí sin dar yo nada a cambio. Me sentí acompañada, esa soledad tan inmensa que pase se esfumó de mi mente como la enfermedad que lleve durante casi dos semanas. Pasó algo más de una semana hasta que a mi madre por fin le dieron el alta, fueron días duros, es innegable, incluso tuvimos que pasar el cumpleaños de mi hermana Rocío solos, sin padres. A pesar de que algunos días lo veía todo algo más gris, miraba hacia arriba, y con Fe, soñaba con el día que volvieran.

El 8 de Abril volvimos a estar todos juntos en casa

A día de hoy, mi madre sigue convaleciente, y sin apenas fuerzas. Pero está viva y el tratamiento le está haciendo efecto. Cuando por fin pude hablar con ella de lo que me había sucedido, me contó que a ella le había pasado lo mismo. Le daba pavor dejar la situación en manos del Señor, le daba miedo morir, porque quizás fueran sus planes. Me dijo que en ningún momento perdió la esperanza de que pasara lo que pasase, sería lo correcto. Ella pasó sus días ingresada preparándose para morir, morir libre y con la conciencia tranquila. Ahora sus ganas de vivir se han triplicado, a “vuelto a nacer”.

Dios nos creó perfectos y nos dio la libertad para habitar en nosotros. Él nunca se aparta de nuestro lado, y es nuestra elección el querer seguir el camino solos o de su mano. Además, ¿Qué hay sino Él detrás de la muerte? En la vida que nos ha tocado vivir debemos estar en paz y en plena felicidad. Yo me quedo con mi libre elección de vivir con Él ahora, y no soltarme de su mano. Sabiendo que si me pierdo, recordaré siempre esta lección que Él me regaló, y es que Dios no merece la pena, merece la vida, y mi vida la dejo en sus manos…»

Artículo de J.J. Martínez Escobar

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