Ver, mirar, observar

Observar, nos dice la RAE es – en primera instancia- examinar atentamente algo o alguien. Esto significa que para observar tenemos que ver y mirar al mismo tiempo. Observar transmite la idea de prestar atención cuidadosa sobre algo o alguien.

Algo de esto ocurre cuando vamos desgranando el día a día de nuestra vida. Según algunos estudiosos tenemos alrededor de 60.000 pensamientos al día, de los que el 80% son repeticiones del día anterior, y ya sea porque somos  seres  complejos o básicos, la gran mayoría de ellos son negativos.

El cerebro reptílico, que todos tenemos, está programado para la supervivencia, sin embargo convive con el alma que está hecha para la felicidad. Quizás no nos demos cuenta de que asistimos cada mañana al gran milagro de la vida: amanecer (ama-nacer) cada día, sin hacer nada, gratuitamente. Una de la cosa más bella que acontece y que por simple pasa desapercibida.

Cuando soy consciente de esto agradezco a quien me puso en este mundo por la belleza que me rodea, que lejos de ser un escape al dolor y la fealdad que conviven diariamente con ella, me adentra más en el misterio del ser humano.

En estos días de Cuaresma van de la mano el bullicio en los templos, los conciertos, la admiración por las imágenes bellísimamente talladas por la gubia de autores de prestigio que, sin duda tuvieron su particular dialogo con la inspiración de su obra (Murillo, Valdés Leal, Montañés, Zurbaran, Juan de Mesa…), y que hoy continúan cumpliendo su misión: ayudarnos a reflexionar y acercarnos a la belleza del Amor en su máxima expresión: Jesucristo. El arte suscita placer a través de la imitación, pero su finalidad no es el placer, sino llevarnos a reflexionar sobre la Verdad última, la que nos hace libres.  El mismo que nos hace descubrir la hermosura y potencialidad que encierra cada ser humano, aunque no cumplan los cánones de belleza establecidos, nos enseña la potencialidad que existe en la persona caída, sometida, esclavizada que, mordiendo el polvo, todos querían apedrear, sin embargo le devuelve la dignidad.

La exaltación de la belleza de este tiempo contrasta con otras fealdades   que no nos gusta mirar: enfermos (físicos, mentales, sociales…), empobrecidos (por causa propia y ajena), privados de libertad (que no nos basta con que hayan “pagado su deuda”), ancianos, tristes, solos… en definitiva todo aquél que no cumple la norma   impuesta del “ser feliz” de manera políticamente correcta.

Es fácil olvidarse de que las personas fuimos creadas para ser amadas, no usadas.

Pero soy de las que cree que el alma no está vacía, que los sueños y anhelos permanecen, que la capacidad para amar, a veces, permanece intacta, que crecemos sin pausa.

¿Reflexión?, ¿fe?, ¿imitación?, ¿adorar en espíritu y verdad?….

 

Mª Auxiliadora Sinquemani Moran

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