Descubrí y conocí a un Jesucristo vivo

Me siento una persona muy afortunada. He tenido la suerte de nacer en una familia maravillosa, haber tenido una educación estupenda, nunca me ha faltado amor, comprensión, cariño,… a pesar de mi juventud he vivido momentos en mi vida muy dolorosos y sin embargo he sabido transmitir alegría y fuerzas para seguir adelante.

Han sido muchos los momentos en los que he pensado sobre esto y en los que me daba cuenta que los momentos que con más cariño guardaba y mejor me hacían sentir estaban relacionados con el Señor: el colegio de Madres Escolapias al que fui en mi infancia, las noches que me metía en la cama de mi abuela y rezábamos juntas, la vida de parroquia tan bonita que vivía los veranos en el pueblo de mi madre,… Siempre me he identificado con una persona cristiana, sin embargo, a medida que fui creciendo y haciéndome adolescente y adulta mi vida no fue más que alejándose de Dios; cierto que en algunas temporadas me acordaba de rezar por las noches, de ir a misa sólo algunos días por acompañar a mi madre y en definitiva, mi relación con El era tan fría que en muchas ocasiones me planteé si de verdad existía ese Dios en el que me habían educado y si yo realmente en algún momento había tenido fe.

Por unos motivos o por otros, hace un año y medio fui empujada a asistir a un Cursillo de Cristiandad. Llegué al cursillo por “obligación” aunque por dentro tenía algo de esperanza en que quizás ese fin de semana podría volver a despertar algo mi interés en Dios, aprender algo nuevo o en el peor de los casos vivir una experiencia bonita ya que nunca había estado en un retiro de ese tipo y habían sido muchas las personas que me habían hablado bien de él. Como muchos os podréis imaginar cuento esto porque ese fin de semana cambió mi vida por completo. Cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que era Jesucristo quien estaba esperándome a mí en esa casa de San Juan.

Nunca podré olvidarme de esos días en los que sentí como el Señor iba abriendo mi corazón poco a poco a través de personas maravillosas. ¡Y claro que aprendí y entendí muchas cosas! Por ejemplo, que no podía amar a una persona a la que no conozco, y hablo así en presente porque descubrí y conocí a un Jesucristo vivo, lleno de alegría, de amor, de felicidad al verme allí loca de contenta por ese encuentro con El. Aprendí que esta relación es una relación de dos, y que si en algún momento pierdo esa fortaleza que sentía en aquel momento siempre puedo contar con una comunidad de hermanos en nuestra madre Iglesia, que me ayudan día a día a no salirme del camino apasionante que es intentar vivir la vida como El nos enseñó con su ejemplo. Aprendí a encontrarle en el Sagrario… Fue el mejor regalo que podré tener jamás y nunca me cansaré de darle las gracias por haberme llamado a ese encuentro.

Hoy estoy convencida de que fue Dios quien me llevó a ese Cursillo y quien quiso que me llegaran todas esas respuestas en ese momento de mi vida y no en otro. Pienso que tenía la madurez suficiente para acoger su mensaje y hacerme responsable del mismo, y además tuve la gran suerte de vivirlo con quien hoy es mi marido, ya que nos casábamos cinco meses después. Gracias a esa vivencia nos casamos siendo plenamente conscientes de nuestra vocación y firmemente convencidos de la familia que queríamos formar juntos. Decidimos seguir formándonos y lo hacemos a través del grupo de matrimonios de nuestra parroquia, del que formamos parte desde entonces, y también a través del Movimiento de Cursillos de Cristiandad del cual nos enamoramos y seguimos involucrados. Me siento realmente afortunada de poder tenerle presente en mi matrimonio cada día y poder compartir esa forma de vida y mi fe con mi marido, y pronto con la hija que estamos esperando, a la que espero sepamos transmitirle con nuestro ejemplo el amor de Dios, estamos convencidos que es el mejor regalo que podemos darle en la vida.

 

María Vázquez García, 29 años.

 

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