Si un grupo de extranjeros conocieran las hermandades en diferentes momentos y luego fueran a su país a explicar lo que han conocido, sus versiones serían completamente distintas.
Para uno serían unas empresas de catering que organizan excelentes cenas improvisadas a base de pescado frito; otro las describiría como organizaciones filantrópicas que ayudan a la comunidad; habrá quien piense que son agencias que montan grandes espectáculos, con espléndidas coreografías, en las iglesias y en las calles. Así podríamos seguir poniendo ejemplos cada vez más pintorescos.
Por eso no conviene perder de vista el recorrido que hemos venido haciendo sobre la misión de las hermandades como organizaciones de personas creadoras de valor en lo económico, en las actividades, en los procesos y en esas mismas personas que las integran y en su entorno.
¿ Y qué es crear valor en las personas?, hacerlas más valiosas, mejores, más acordes con su propia naturaleza. Fomentar, en definitiva, la adquisición y desarrollo de sus notas esenciales: la Verdad, el Bien y la Belleza.
Vamos a intentar explicarlas:
El hombre es ser racional dotado de libertad. El “hombre verdadero”, absolutamente fiel a su realidad, es el que imita la esencia de Dios, que es pura Verdad, simple, perfecto, inmutable. En Dios lo que Él hace, lo que dice y lo que proclama de Sí mismo coincide exactamente con Su realidad. En consecuencia el hombre auténtico es el que se ajusta a la Verdad, es decir: el que cumple la Ley de Dios, la ley moral.
El Bien, lo bueno, es lo que es completo, porque no le falta nada de aquello que es llamado a tener. Lo que todos apetecen y deben apetecer. El Bien del hombre es ser racionalmente.
¿Y la Belleza? De la combinación de la Verdad y el Bien resulta la Belleza, aquello cuya contemplación agrada. La Belleza es, pues, ese bienestar en que está el alma que contempla la Verdad. Es verdaderamente bello sólo aquello que es verdadero y bueno. Belleza como don gratuito, como desbordamiento del ser.
La creación de valor en las Personas, misión de las hermandades, consistirá pues en hacerlas cada vez más personas, más perfectas, más identificadas con el Bien, la Verdad y la Belleza, las notas esenciales que definen a la persona.
Eso es lo que habría que explicarles a esos extranjeros despistados de los que hablábamos más arriba –y a algún nativo-. Todas las actividades de la Hermandad han de estar enfocadas a ese objetivo común. Las herramientas de que dispone son las sugeridas por el Código de Derecho Canónico, que recogen todas las Reglas: la formación de sus hermanos -una formación adecuada a sus necesidades y capacidades-; la participación en el culto público -la Liturgia- y el fomento y desarrollo de las virtudes, especialmente de la Caridad.
Cerramos así los cuatro ámbitos en los que las hermandades, como organizaciones de personas que son, han de crear valor: en lo económico, en las actividades, en los procesos y, finalmente, en las personas.