Jueves después de Ceniza (A)

Lectura del santo evangelio según San Lucas (9, 22-25)

Entonces decía a todos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».

«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?

Comentario

El que pierda su vida por mi causa la salvará

La contradicción entre vida y muerte que explicita el evangelista Lucas sigue, en la liturgia de este jueves cuaresmal, al texto del Deuteronomio en que Moisés hace ver al pueblo escogido la diferencia entre bendición y maldición, entre vida (asimilada al bien) y muerte (asimilada al mal). La ley antigua ya establecía una relación directa entre el seguimiento de los caminos de Dios y la vida por un lado; y el apartamiento y la desobediencia con la muerte, con el cielo y la tierra como testigos. En el fondo, se nos está proponiendo una alternativa sobre la que hay que optar. El hombre es libre de escoger bondad o maldad, vida o muerte. Jesús no viene a abolir aquella ley antigua, sino a darle cumplimiento, a elevar el listón moral: sus seguidores no tienen sólo que obedecer y postrarse ante un Dios paternal, sino negarse a sí mismos y cargar con la cruz cotidiana, sea cual sea. No se trata de ningún discurso, sino de un espejo, porque el Dios hecho hombre va a negarse a sí mismo y a portar su cruz de cada día para que sus seguidores sepan a quién imitar. Perder la vida propia es tanto como regalarla, donarla, ofrendarla a quienes viven cerca de nosotros. Y ese es el camino más directo (aunque exigente) para salvar la vida.

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