Perspectiva del hombre de hoy

La construcción de un proyecto común: el Reino de Dios

Hay un hecho evidente, en España actualmente hay más de cuarenta y seis millones de personas, entre ellas cerca de cinco millones son extranjeros, en cambio en 1971 solo había treinta y cuatro millones de personas de los cuales cerca de doscientos mil eran extranjeros. A este movimiento deberíamos sumarle el nuevo éxodo a las grandes ciudades de la población rural.

Ante esta realidad, es evidente que nuestro país está sufriendo un cambio, cuya tendencia cada vez mayor generará un proceso de gran interculturalidad en las ciudades, mientras que en los pueblos o ciudades más pequeñas aumentará la despoblación.

¿Estamos preparados para asumir los cambios que llevan implícitos estos movimientos?

Los españoles siempre nos hemos considerado una sociedad acogedora, y hemos sabido integrar como uno más al último que llegaba. Pero lo cierto es que, para muchos, el aumento de llegadas puede acabar generando un colapso en los medios tradicionales de acogida e integración. Pero el cristiano no busca más que a Dios, y por tanto está dispuesto a renunciar a todo (cf. Mt 19,29; Lc 14, 26) para poder así mirar al otro como un prójimo al que salvar. No solo una salvación del pecado, sino del daño que el pecado de los hombres ocasiona en las desigualdades sociales.

Una sociedad multicultural se muestra como una riqueza en sí misma, pero esta puede generar conflictos si devalúa la cultura tradicional. Del mismo modo, las tradiciones pueden sufrir gravemente si niegan el fenómeno multicultural, sobre todo en las ciudades, y solo buscan el enfrentamiento en vez del enriquecimiento.

No es más quien menos se mueve, y desde luego no es más cristiano quien no está abierto a la conversión. Por ello como pueblo, y como cristianos, deberíamos preguntarnos si estamos generando espacios de enriquecimiento multicultural, para así generar dinámicas de integración de las personas. Una integración que esté abierta en unos y otros, de modo que todos contribuyamos con nuestro ejemplo y esfuerzo en construir una unión que respete las diferencias y se enriquezca con ellas.

Sabiendo que muchas de las diferencias son culturales y no religiosas, son de costumbres y no de opciones fundamentales, son de hábitos y no de naturaleza. Son, en definitiva, cambiables por quienes no tienen temor a cambiar y sí temor a perderse las riquezas que otros ofrecen.

El mayor elemento de rebelión frente al cambio surge de la perdida de seguridades, es como cuando un niño nos pregunta constantemente el porqué de las cosas y nosotros acabamos por cerrar el debate en falso. ¿No sería mejor construir una respuesta en común, y crecer en el camino? Por desgracia demasiadas veces nos rebelamos tan solo para no evidenciar nuestra pobreza interior, y escasez de respuestas.

Recordemos finalmente que integrar no es disolver la esencia del otro para que asuma las nuestras, sino unirnos en la construcción de un proyecto común, del Reino de Dios.

Carlos Carrasco Schlatter

 

 

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