Misericordia con nuestros hermanos de la cárcel

Gabriel Martínez y Mariángeles Granero son colaboradores en la Pastoral Penitenciaria. Nacieron en Úbeda y llevan casados más de 55 años. Tienen 3 hijos. Él es industrial retirado y ella ha sido profesora de Religión. Desde hace más de 30 años trabajan como voluntarios en la cárcel y aseguran que la reinserción es posible

Gabriel y Mariángeles forman una pareja inspiradora que tras más de medio siglo casados –y algunos años más de noviazgo- rebosan cariño y complicidad. Pero no inspiran únicamente por este amor, sino porque llevan tres décadas sirviendo como voluntarios de la Pastoral Penitencia, una realidad, para muchos, desconocida y estigmatizada.

Todo comenzó con un hecho desafortunado –e incluso dramático-: con un robo que sufrió Mariángeles. “Después de aquello me pregunté qué podía llevar a una persona a delinquir”.

Padrinos de un interno

Esa semilla de interés y compasión fue acrecentándose con el tiempo hasta que el párroco de Castilblanco, al que ayudaban durante una enfermedad, les habló de su experiencia como capellán de la cárcel y les invitó a ser padrinos de un interno. “Aquel fue el empujón que necesitábamos”.

Recuerdan la impresión que tuvieron la primera vez que entraron en la prisión, “el temor que sentíamos”. Desde entonces Mariángeles se ha convertido en la “abuela o la madre de muchos presos” –reconoce ella misma-, y Gabriel ha tenido la oportunidad de “identificarme con ellos y tratar de motivarlos para poner en orden su vida”.

De su voluntariado destaca la formación impartida a cientos de presos, que parte del conocimiento de uno mismo hasta los mensajes más profundos del Evangelio. Porque para este matrimonio “antes de catequizar a los internos, hay que humanizarlos”.

Casa de acogida Emaús

Además, junto al delegado diocesano de Pastoral Penitenciaria, iniciaron la casa de acogida Emaús, para que los internos tuvieran un hogar en el que quedarse durante sus permisos. Además, Mariángeles y Gabriel también actúan como intermediarios entre los condenados y sus familias, consiguiendo incluso que muchos retomen la relación y sean aceptados de nuevo por sus parientes.

Y, aunque “nuestra labor es labrar en el mar, es decir, que no es nada fácil -subraya Mariángeles-, queremos concienciar a la sociedad de que la reinserción es posible. Ciertamente hay personas con maldad en su corazón, pero muchos son sólo personas que se han equivocado y han pagado por ello, que a causa de sus familias desestructuradas y ambientes conflictivos no saben vivir de otra manera, o que debido a sus adicciones toman malas decisiones”. Por tanto, el mensaje que transmiten es claro: nos falta misericordia con nuestros hermanos de la cárcel.

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