La cueva de Belén, un Niño y una esperanza para el mundo

Monseñor José Ángel Saiz Meneses, arzobispo de Sevilla, ha manifestado que “el misterio de la Navidad es algo grande que nos desborda” y nos invita a “quitarnos todo lo que sobra, toda la broza que sobra, de las prisas, del estrés, del consumismo, del individualismo y del egoísmo, limpiar el corazón de todas las adherencias que se van pegando y, de corazón a corazón, dejarnos transformar por Él y cambiar el corazón”. Un importante alegato para este tiempo tan especial e importante con tanta capacidad potencial transformadora. El 25 de diciembre celebramos la Natividad del Señor, el acontecimiento más importante en la historia de la humanidad.

Seguimos con la serie de contribuciones al blog relacionados con la Navidad. Sinceramente, esta aportación me resulta especialmente querida por el hecho que narra y, por ello, le ponemos un cariño especial mi hijo y yo, que juntos la elaboramos. José y María embarazada ya han pasado por Jerusalén y se encaminan a Belén para cumplir con el edicto de censo y empadronamiento decretado por el César Augusto en todos los territorios invadidos por los romanos para conocer la población y recaudar impuestos en los países invadidos que formaban parte del Imperio Romano. Con ellos van la mula y el buey, que formarán parte del paisaje de nuestros belenes familiares, teniendo un contenido simbólico importante y siempre captando la atención de los menores. La literatura ha recogido estos momentos de la mano de diferentes autores. La secuencia de sucesos que vamos a utilizar en esta contribución es la llegada a Belén, la búsqueda de alojamiento y el parto de la Virgen María.

La llegada a Belén, a unos diez kilómetros de Jerusalén, tras el viaje de Nazaret a Jerusalén, con seguridad fue una noche del mes de diciembre. La visión de una noche de nieve no es probable, como nuestro imaginario nos recuerda, ya que la nieve es un fenómeno raro o prácticamente casi ausente en Belén, en general en Palestina con un clima mediterráneo continental. Más probable es que fuese una noche estrellada, húmeda y fría. José y María avistaron en la noche las casas de Belén, fundamentalmente en una colina, aunque el paisaje de la zona lo generan dos colinas con abundancia de parcelas agrícolas y zonas de pasto utilizadas por pastores. En el paisaje geomorfológico de Belén, generado sobre rocas calizas, abundan las cuevas, utilizadas por pastores y también para proteger animales.

Las descripciones que siguen en relación con este trascendental momento tienen diferentes fuentes. Además de los Evangelios Canónicos y también los evangelios apócrifos, en la narración que sigue, utilizaremos varias fuentes con un carácter más literario o espiritual, que recomendamos leer las personas que sigan esta contribución: Historia de Cristo de Giovanni Papini (1921), La infancia de Jesús de Joseph Ratzinger Benedicto XVI (2012), Vida y misterio de Jesús de Nazaret Libro I Los comienzos de José Luís Martín Descalzo (1986), Hablar con Dios Tomo I (1986) de Francisco Fernández Carvajal, Vida de Nuestro Señor Jesucristo (1958) de Remigio Vilariño Ugarte S.J., Itinerarios de Jesucristo de Remigio Vilariño y Ramón Gaviña, Los caminos de Jesucristo (1935) de Remigio Vilariño, Lugares y viajes de Cristo en el Evangelio (1939) de Juan Quetglas. En relación con los evangelios apócrifos, utilizaremos Todos los Evangelios (2009), edición de Antonio Piñero.

El pasaje de la llegada a Belén, el parto de María y la adoración de los pastores es narrado muy brevemente en el Evangelio de Mateo (2,1), «cuando Jesús nació en Belén de Judea», y más extensamente en el Evangelio de Lucas (2, 1-20), que expresa:  «Y aconteció que, estando ellos allí, se le cumplieron los días de parir. Y parió su primer hijo, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada» (Lucas, 2, 6-7). El asunto de establo o cueva merece un análisis. El Evangelio de Lucas habla del pesebre, cuya existencia es fija, pero no detalla nada de dónde estaba ese pesebre, lo cual no es esencial, pero resulta curioso pensar dónde estaba ubicado el pesebre. En el libro Historia de Cristo de Papini, figura la frase «Jesús nació en un establo», y describe el establo como algo sucio, mugriento, lóbrego, maloliente, y lo califica como el lugar más asqueroso del mundo. Con seguridad, el establo, estuviese en una cueva o siendo un establo real adosado a una edificación, no fue un sitio tan negativo como expresa Papini, porque José no lo hubiese permitido. Entonces, ¿por qué Giovanni Papini realiza una descripción tan extrema del lugar donde nació el Hijo de Dios, nuestro Salvador? Si leemos atentamente el libro citado encontramos: «No nació Jesús por casualidad en un establo. ¿No es acaso el mundo un establo inmenso en el que los hombres engullen y estercolan? ¿No transforman acaso, por arte de una alquimia infernal, las cosas más bellas, más puras y divinas en excrementos? ¿Y a continuación se tumban a sus anchas sobre los montones de estiércol y dicen que están gozando de la vida?» La intención de Papini es muy clara. Y también nos dice en otro párrafo: «Una noche sobre esta pocilga pasajera que es la tierra, apareció Jesús, parido por una Virgen sin mancha, armado solo de su inocencia».

Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, nuestro papa Emérito, describe con gran profundidad, como acostumbra, el hecho trascendente de la Natividad. Nos dice: «Ya, desde su nacimiento, Él no pertenece a ese ambiente que según el mundo es importante y poderoso». También nos refiere el papa Emérito que, en la región del entorno de Belén, de rocas calizas, se utilizan las cuevas (grutas) como establos para los animales. Nos recuerda Ratzinger en su libro La infancia de Jesús el significado que San Agustín da al pesebre: «El pesebre es donde los animales encuentran su alimento. Sin embargo, ahora yace en el pesebre quien se ha indicado a sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo, como el verdadero alimento que el hombre necesita para ser persona humana». Para Joseph Ratzinger el pesebre se convierte en una referencia a la mesa de Dios.

José Luís Martín Descalzo escribió en 1986 una trilogía que llevó por nombre Vida y misterio de Jesús de Nazaret. El primer volumen se titulaba Los comienzos, y podemos encontrar unos bellos textos sobre la Natividad con comentarios iluminadores. Mi suegro, D. Juan Luque, me lo regaló en 1987 con la dedicatoria «Para que afiances más tus conocimientos de Hombre-Dios y tengas materias claras para educar a tu hijo». El hijo al que se refiere es con quien escribo estas contribuciones al blog, el deseo de mi suegro se ha cumplido. Volvamos al texto de Martín Descalzo. Realiza el autor una exacta descripción del paisaje de Belén que vieron José y María al llegar. Un poblado en dos colinas con no más de doscientas casas apiñadas, construidas sobre roca calcárea y bancales de olivos y vides. Martín Descalzo manifiesta que la tradición popular ha gustado imaginarse a José de casa en casa recibiendo negativas sobre el alojamiento. Pero nos dice el autor que, en las posadas palestinas, siempre había sitio ya que en realidad eran una especie de patio cuadrado rodeado de altos muros, con cobertizos a cielo abierto. A este patio se asomó José y determinó que no había sitio para María y su hijo a punto de nacer, especialmente sabiendo que deberían pasar allí varios días. Por ello, acabaron en una cueva de las utilizadas como establos, una más de las muchas que había en torno a Belén. Dice Lucas (2,5):»Y estando allí se cumplieron los días del parto». Aclara Martín Descalzo que la frase del evangelista hace pensar que el parto ocurrió varios días después de llegar a Belén y no la misma noche de la llegada, como solemos imaginar. Fue con seguridad en el silencio de la noche, Lucas dice que los pastores velaban, en una noche de diciembre, como celebramos. Lucas (2, 6-7) dice: «Y dio a luz a su hijo primogénito y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre». El pesebre con seguridad fue primorosamente preparado por José para recibir al Hijo de Dios. Y nos escribe Martín Descalzo: «Pero el Dios verdadero es este bebé inerme, envuelto en los más humildes pañales, nacido en la más total pobreza. ¿Por qué la riqueza habría de ser más digna de Dios que la humilde sencillez de los pobres?» Jesús, Dios Nacido, traía, de acuerdo con Martín Descalzo «una nueva moneda para medir las cosas: el amor».

En el conjunto de los evangelios apócrifos, entre los denominados Evangelios de la Natividad de Jesús, en el protoevangelio de Santiago, figura, refiriéndose a José, que «encontró allí una cueva y la introdujo en ella». En el evangelio de pseudo Mateo se habla también de una cueva, y manifiesta que hasta brillaba sobre la cueva desde la tarde a la mañana una gran estrella cuya magnitud no se había visto nunca desde el origen del mundo, aquella estrella anunciaba el nacimiento de Jesús. En aquel lugar permanecieron José y María con el niño durante tres días».

En el libro Vida de Nuestro Señor Jesucristo, de Remigio Vilariño Ugarte, se manifiesta «desechados pues en todas partes se recogieron tal vez como otros muchos de la plebea una gruta cerca de la posada y quizás perteneciente a ella dispuesta para recibir en casos apurados a transeúntes y pastores».

En el libro Hablar con Dios. Meditaciones para cada día del año, en su volumen I dedicado a Adviento, Navidad y Epifanía, de Francisco Fernández Carvajal, en el volumen que tengo dedicado por mi madre en 1988, se manifiesta que fue quizás María quien propuso a José instalarse provisionalmente en alguna de las cuevas que hacían de establo a las afueras de Belén. Y, nos dice el autor, que en aquel lugar sucedió el acontecimiento más grande la humanidad, y, de acuerdo con el Evangelio de Lucas, María envolvió a Jesús con inmenso amor en unos pañales y lo recostó en el pesebre. José debió tomar al niño, dice Fernández Carvajal, en sus brazos al que debe cuidar, proteger y enseñar un oficio, centrando toda su vida en este Niño indefenso. Jesús nace pobre, dice el autor, y nos enseña que la felicidad no se encuentra en la abundancia de bienes. Jesús viene al mundo sin ostentación alguna y nos anima a ser humildes.

En el tiempo de Navidad siempre hay anuncios en la televisión que hacen pensar. Este año hay uno que nos ha conmovido especialmente y es el protagonizado por los Niños de San Ildefonso, que nos recuerdan que hay números que avergüenzan y congelan el futuro de España, ya que hay niños con el abrigo puesto en casa. Nos evoca la noche del Nacimiento, seguro que Jesús pudo pasar frío, pero no lo pasó por el calor de José y María. Quizás los que controlan la energía y ganan tanto dinero al año pudiesen esta Navidad meditar por qué en España hay niños con el abrigo puesto en casa. El Nacimiento de Jesús debería inspirar comportamientos humanos y misericordiosos.