“Sin la Virgen yo no hubiera llegado hasta el Seminario”

 

Antonio José Ruíz es maestro de educación especial y seminarista de  segundo año. Toni, como todos le conocen en el Seminario, es un joven de 24 años que tras vivir “una vida muy normal, no demasiado piadosa”, empieza a plantearse su vocación al sacerdocio. Fue hace seis años cuando comenzó a vivir una fe más madura, “a través del rezo diario del Rosario de camino a la Facultad”. Esta oración le acercó a la Virgen hasta tal punto que, confiesa, “sin Ella yo no hubiera llegado hasta aquí (el Seminario)”.

Dios siempre propone planes que superan nuestras expectativas

Toni estudió Magisterio de Primaria, con Mención en Educación Especial gracias a Nacho, un chico con síndrome de down que participaba en las catequesis de la parroquia. “El trato con él y su familia me ayudó a crecer en la fe y a plantearme mi vocación seriamente”. Pensó entonces que su camino era el de la docencia, pero Dios siempre propone planes que superan nuestras expectativas.

Así, Toni asegura que desde el primer curso universitario sentía una inquietud a la que no ponía nombre, “era como si Dios me llamara a algo más, aunque yo siempre le decía que no”. O eso pensaba él, porque instintivamente fue implicándose más en la comunidad parroquial, a acudir a Misa casi diaria y a dejarse acompañar por un director espiritual.

Adaptarse a una nueva rutina

Pasaron los años y una vez graduado Toni, casi por inercia, siguió estudiando las Oposiciones de Maestro. “Entonces me di cuenta que aquello no era lo mío y se me ocurrió preguntarle directamente al Señor qué quería de mí”. El sacerdocio pareció ser la respuesta porque al año siguiente ingresó en el Seminario Metropolitano.

Tras superar este primer curso reconoce que lo más duro ha sido adaptarse a su nueva rutina: “antes tenía una vida muy activa y aquí estoy valorando la importancia del descanso y a vivir con más pausa, pensando dos veces las cosas antes de lanzarme a un nuevo proyecto”.

Hay que atreverse a decirle que sí

Y aunque también echa de menos el deporte (jugaba en un equipo de baloncesto federado, para el que llegó a entrenar hasta seis horas diarias), en el Seminario se le ha encomendado el mantenimiento del gimnasio y la organización de actividades deportivas comunes.

Toni se despide con una sonrisa que parece acompañarle allá donde vaya, viviendo con total naturalidad su vocación y siendo ejemplo de que Dios sigue llamando, “no a los más extraordinarios, sino a personas corrientes y en cualquier momento”. Sólo hay que atreverse a decirle que sí.

 

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