“Ser sacerdote da una felicidad distinta a todas las demás; una felicidad plena”

Rafael de Mosteyrín es sacerdote de la Prelatura del Opus Dei, capellán del colegio Altair y del Club Aldabia

Rafael es el mayor de ocho hermanos, una gran responsabilidad, ya que debía dar ejemplo al resto, no sólo en sus comportamientos, sino, sobre todo, en su vida de fe. Esta fe, cultivada desde el ámbito familiar, gracias principalmente a sus padres y a tres tíos sacerdotes, le llevó con apenas 14 años a “entregar mi vida al Señor a través de mi trabajo”. Una vocación que concretó estudiando la Cátedra de Derecho y trabajando primero para varios bancos y, más tarde, para la oenegé Cooperación Internacional. Hasta 2011, momento en el que su vida cambió de rumbo. “Me ofrecieron formarme en Roma para ser sacerdote y servir de esa forma a la Iglesia”, explica.

Confiesa que su discernimiento vocacional fue “un proceso natural”, sin embargo, mirando a atrás, reconoce que “le pediría al Señor ser sacerdote antes” (se ordenó con 41 años), porque “experimentas cómo Dios actúa a través de ti y porque ser sacerdote da una felicidad distinta a todas las demás; una felicidad plena”.

En sus cinco años como presbítero ha tenido tiempo de vivir numerosas experiencias que han marcado su vida de fe. Entre ellas, destaca la misión en Huancavelica (Perú), en la que participó el pasado verano con algunos jóvenes. “Hace un año falleció el que ha sido director de esta misión durante más de quince años, Gabriel Morena. Por eso, ha sido tan especial”. Señala el reto que ha supuesto continuar con la labor de Gabriel y la cantidad de homenajes que han recibido gracias “a lo que él sembró. Un reconocimiento que es mérito tanto de él como de antiguos voluntarios”.

Personalmente, para Rafael, ha sido una oportunidad “enorme para aprender de la fe sencilla de las gentes pobres, de su alegría y su oración constante. Es una fe ejemplar, muestra de la estrecha relación entre el amor y el dolor, y de la confianza plena en Dios”. Igualmente, le impresionó la profunda devoción del pueblo, arrodillado durante gran parte de la celebración de la Misa y asiduos al sacramento de la Confesión. Por eso, ha vuelto a la Archidiócesis cargado de todo lo vivido, dispuesto a “transmitir e imitar lo que allí he aprendido”.

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