“Los corazones bendecidos son aquellos donde tienen cabida nuestros hermanos”

Armel Nya Tankoua
Douala, Camerún (1975)
Casado, padre de tres hijos
Voluntario de la Delegación Diocesana de Migraciones

Acogida e integración son dos palabras fundamentales en la vida de Armel. Se considera una persona afortunada, a pesar de los vaivenes de la vida. “Haber sido migrante y acogido, me ha convertido también en una persona acogedora”, expresa.

Este camerunés, padre de familia, considera que el único y mejor agradecimiento que podía tener con el Señor y con las personas que le ayudaron tras su llegada a España, “era hacer por mis hermanos lo mismo que hicieron conmigo”.  Desde ese pensamiento, filosofía y actitud, “no tenía otro camino que implicarme con las personas migrantes como yo”.

Como miembro de la Delegación Diocesana de Migraciones y feligrés de la Parroquia de la Blanca Paloma, de Sevilla, recibió formación de la Conferencia Episcopal como agente de pastoral de migración. “Participaba en el acompañamiento de los hermanos que llegaban a nuestra parroquia, pero también de los que me encontraba en el barrio, o de aquél que lo necesitara. Por medio de la Pastoral Penitenciaria íbamos a acompañar a hermanos migrantes encarcelados e ingresados en los hospitales”, explica.

Para Armel, la acogida del hermano extranjero, procedente de otras zonas geográficas, en ocasiones inhóspitas, “es una obra de misericordia”, porque de la misma manera que muchos cristianos acogieron a Cristo, “así lo hacemos nosotros cuando nos damos la oportunidad de acoger al mismo Señor en el hermano necesitado”.

En este sentido, “acoger para mi es una obra que me ayuda a ir más allá de mis fronteras, abrir los ojos y expandir el corazón, es una oportunidad de crecimiento, tanto en la fe como en lo humano. De chico – explica– me enseñaron que cuando alguien se presenta en mi vida, es para poner a su servicio aquello que el Señor me ha regalado, para que sea yo quien comparta aquello que he recibido. Eso es un pilar de fe en mi vida, saber que cualquier cosa que yo tenga, es un don gratuito del Señor, y no es un don para mí, es una responsabilidad para compartir, porque cada vez que se nos regala algo, es para compartirlo con el hermano”, reitera.

Confiesa que el Señor siempre ha estado presente en su vida, aunque a veces no ha sido consciente de ello. “Han sido momentos de varias estaciones, momentos de cercanía, momentos de desencuentro, en lo que he ido en búsqueda de otras fuentes, de otros pequeños dioses, hasta que he regresado de nuevo a casa, donde Dios me permite descubrir que Él siempre me ha llevado en la palma de su mano y me he reconciliado con Él y conmigo mismo”.

Afirma que ha regresado a la casa del Padre “con más madurez y conciencia después de algunas experiencias. Eso es lo que yo tengo que ser para mi hermano, su Enmanuel. Al fin y al cabo, todos somos migrante, todos deberíamos sentirnos acogedores, para acogernos a nosotros mismos y nos enriquecemos juntos”.

Sobre la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que celebró la Iglesia a finales de septiembre, Armel reflexiona que “cuando nos abrimos a la experiencia de acogida aprendemos a derribar muros, superar fronteras y los propios límites”.

“Nosotros que somos cristianos creemos en Jesús que fue inmigrante, creemos en un Dios que hizo de la hospitalidad y de la acogida una obra de misericordia, no debemos tener miedo a lo ajeno, la hospitalidad nos enriquece, no nos resta, por eso los animo a que realmente abran sus corazones. Mi abuela decía que la casa bendecida es la casa donde el inmigrante encuentra un sitio. A mi me gusta elevarlo un poco más y decir que los corazones bendecidos son los corazones donde pueden tener cabida los hermanos, tener un corazón abierto y solidario es tener un corazón reservado para que el Señor pueda estar”.

 

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