El papel de los padres en la juventud de los hijos

Acabada la adolescencia y avanzada la juventud de los hijos, en la familia comienza a vaciarse el nido en el mejor de los casos…

Respecto a esta nueva etapa hay ríos de tinta, pero sobre todo se centra en los que se quedan en el hogar, o sea los padres, para ayudarles ofreciendo ideas sobre en qué ocupar el nuevo tiempo que se les presenta, el reencuentro del matrimonio, la proximidad del fin de la vida laboral, etc., etc… También se pueden leer orientaciones generales sobre los que empiezan a remontar el vuelo y comienzan a tener proyectos propios.

ACERCÁNDONOS AL NIDO VACÍO

Sin embargo, poco o nada encuentro acerca del papel de los padres en la juventud de los hijos, en esos momentos cruciales, cuando éstos tienen un pie fuera y otro dentro del núcleo familiar. En esa etapa se inician importantes andaduras que requieren decisiones de calado, pues marcarán con fuerza su futuro, y las recomendaciones genéricas o sin amplitud de miras de poco o nada sirven. Tales situaciones, por poner algunos ejemplos, son el inicio de la vida laboral, la elección de tal o cuál trabajo con las circunstancias que a ello acompañen, el discernimiento de una vocación, ya sea al matrimonio, la vida religiosa, o la entrega a un proyecto emprendedor o un servicio social, la consolidación o ruptura de un noviazgo….

¿Quiere esto decir que ya poco o nada tienen que aportar los padres en esas tesituras de los hijos? ¿Ya está, como vulgarmente dice la expresión, «todo el pescado vendido»…?

A mi juicio esta etapa de transición tiene para los progenitores una misión importantísima, con unos matices que merecen ser analizados y que exigen nuevas formas para que el paso definitivo a una nueva realidad familiar, con unos vínculos ya diferentes a los originarios, resulte positiva y sana tanto para unos como para los otros.

Aquí empieza un baile en el que acompasar bien el movimiento a la música requiere arte, psicología, afecto, paciencia, cercanía y distancia a la vez, respeto a su libertad y a veces incluso osadía, pues en momentos o temas puntuales podremos descubrir que el contexto y la sociedad que los rodea han calado no precisamente para bien, y ello puede suponer la semilla de un fracaso que lleve a resultados complejos…

 EL SUTIL ACOMPAÑAMIENTO

Los padres no seremos sin duda alguna los únicos «asesores» de nuestros hijos en esta etapa, pero hemos de estar presentes, disponibles y con esa amplitud de miras que no ofrecen otros, no solo prácticas, sino principalmente «enraizadas» en los pilares que sostienen verdaderamente al ser humano, cuando las ocasiones lo requieran y diría que con la delicada y contundente capacidad que con los años se ha ido adquiriendo si se ha trabajado a fondo la relación paterno-filial.

Ya no se trata de sembrar como en los primeros años, ni de coger las riendas con fuerza como en la adolescencia, sino que se trata de otra manera de gestionar la relación y que yo la denominaría como sutil «acompañamiento».

Muchos padres al llegar esta etapa ya han soltado amarras y observan cómo avanzan, caen y se levantan los hijos pudiendo hacer poco o casi nada por ellos. Sin embargo, podríamos reflexionar sobre qué podemos hacer si aún estamos en el preámbulo de ese momento y nos gustaría que al menos ellos supieran que pueden contar con nosotros cuando estén dudosos, indecisos o incluso hayan arriesgado y caído y necesiten una mano fuerte y segura para salir y reencauzar la situación.

PREPARAR EL MOMENTO

Llegado el momento, no es fácil improvisar o que vean en nosotros la cercanía y la referencia que necesitan. Por ello me atrevo a sugerir algunas ideas para preparar el terreno. ¿Qué podemos empezar haciendo?

  1. Lo primero es que los hijos se sientan profundamente queridos por sus padres y estos últimos entre sí. Subrayo la palabra «sientan» porque el recorrido vital de una familia supone encuentros y desencuentros entre padres e hijos, y en la etapa adolescente estos momentos llegan a tener picos que recuerdan a una montaña rusa, en los que estará en muchos momentos puesto en duda nuestro amor.
  2. Formarnos a fondo. Padres formados, con raíces claras que ofrezcan argumentos y generen recursos. Si no lo estamos, hay entre otros una amplísima oferta desde los Cof Diocesanos , de manera presencial, acudiendo a talleres para padres, consultando de manera personalizada o acudiendo a su web y redes sociales. Poniéndonos manos a la obra podremos ir salvando rachas más o menos complejas, y que ellos descubran que en el fondo son nuestra prioridad, con nuestros aciertos y errores.
  3. Fomentar la comunicación asertiva. Aprender a comunicarnos sabiendo que hombres y mujeres lo hacemos de manera diferente, que no sólo comunican las palabras (a veces es lo que menos) sino los gestos y actitudes. Que la escucha es primordial, y que como adultos debemos tener una templanza que no podemos pedir a los adolescentes. Poco a poco se podrá ir destensando la cuerda y comenzar la fluidez. Que se rompa la comunicación genera un distanciamiento que luego resultará trabajoso restaurar.
  4. Coherencia. Hay una expresión que recoge algo que no debemos hacer nunca (o casi nunca…): «haz lo que yo te digo, pero no hagas lo que yo hago». Cuánta razón hay en «se necesitan más testigos que maestros», pero qué duda cabe que la perfección es una quimera y de lo que se trata es de ser padres «sanamente imperfectos».
  5. Fomentarles una sana autoestima. Eso debió empezar años atrás, pero si en este momento están sobrados o les falta mucho por llegar, es el momento.
  6. Reforzar las raíces. Que se sientan orgullosos de ser quienes son y pertenecer a la familia que pertenecen, de su fe, estilos de vida y educación recibida.
  7. Equilibrar las manifestaciones afectivas y calibrar los vínculos. Madres y padres  tienen papeles complementarios e insustituibles en lo que a los vínculos se refiere.
  8. Favorecer momentos de encuentro lúdicos. Disfrutar en familia fuera de la cotidianidad adaptando los gustos de unos a los otros, pero juntos, buscando en ese contexto espacios para conversaciones sobre temas que creamos importantes.
  9. Invitar a los hijos a formarse. La formación integral de la persona requiere tiempo y actitud. Hacerles conscientes de esa necesidad es el primer y gran paso que hemos de dar.
  10. Perdonarnos y perdonarles, porque siempre se puede rectificar y no hay que escandalizarse de nada, todo ello unido a no tener ideas preconcebidas sobre sus intenciones o acciones que limitarían los avances constructivos. Sanar las heridas afectivas que nos hemos generado mutuamente en los años previos a que se emancipen será tremendamente liberador.
  11. El verdadero vínculo es siempre con el Señor. Todas las familias, tienen necesidad de Dios: todas, ¡todas! Necesidad de su ayuda, de su fuerza, de su bendición, de su Misericordia, de su perdón. Y se requiere sencillez. ¡Para rezar en familia se requiere sencillez! Cuando la familia reza unida, el vínculo se hace fuerte» (Homilía de la Misa del Encuentro de Familias, que se realizó en Roma en octubre del 2013).
LOURDES CRUZ DE DIEGO
Colaboradora COF Diocesano del Aljarafe

 

 

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