El río de la vida

La dilatada y exitosa carrera de Robert Redford le ha hecho merecedor de importantes distinciones dentro y fuera de los Estados Unidos. Un ejemplo particularmente representativo a nivel internacional fue la concesión en 2010 de la Legión de Honor, el reconocimiento más relevante que se concede en Francia. Antes, en 2001, la Academia de Cine Norteamericana le había otorgado el Oscar Honorífico por su trayectoria profesional. Sin embargo, como actor nunca ha ganado la preciada estatuilla, que sí logró como director en 1980 por su filme “Gente corriente”.

Redford se ha puesto detrás de la cámara en 9 ocasiones y quizá una de sus cintas más personales es el “El río de la vida” (1992). La película obtuvo con toda justicia el Oscar a la mejor fotografía.

Su gestación comenzó 1976, cuando Norman Mclean publicó la novela autobiográfica A River Runs Through It. A Redford le gustó el relato y compró los derechos para trasladarlo al cine, no sin antes superar diversos escollos por parte del escritor. Así, el director tuvo que aceptar la condición del novelista de leer, aprobar o vetar el guión.

La acción se desarrolla entre 1910 y 1935 en Missoula (Montana-USA), donde viven los Mclean: un pastor presbiteriano escocés, su mujer y sus dos hijos, Norman (Craig Sheffer) y Paul (un jovencísimo Brad Pitt). Desde muy pequeños los dos chicos van recibiendo por parte de su padre una estricta educación, que tiene dos ejes fundamentales:    la religión y la pesca con mosca. Los años pasan y las vidas de ambos hermanos recorren derroteros muy diferentes. Norman es introvertido, sensible y juicioso. Paul, espontáneo y divertido, pero inclinado a la bebida y al juego.

Esta película para adultos resulta casi siempre elegante, salvo un breve pasaje de mal gusto y algunas expresiones soeces. El ritmo es pausado y algo premioso en ocasiones. Pero la dirección de actores que hace Redford es magnífica y la espléndida fotografía de Philippe Rousselot nos muestra paisajes prodigiosos. Incluso el no aficionado termina entendiendo que la pesca es un arte y que Norman se emocione ante la visión de una enorme trucha pescada por su hermano: “En aquel momento comprendí, rotunda y claramente, que estaba contemplando la perfección”.

Junto a valores muy positivos ‑trascendencia del hombre, importancia de la familia, respeto a la naturaleza‑, se advierte también una cierta visión pesimista a la hora de ayudar al prójimo y el peligro de confundir la religión con un ecologismo trascedente. A pesar de todo, la película es una notable contribución al Séptimo Arte.

Juan Jesús de Cózar

 

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