La recepción de los sacramentos en situación familiar irregular

La segunda ponencia del V Encuentro Sacramental organizado por el Consejo de Hermandades y Cofradías, tuvo carácter doctrinal y corrió a cargo del vicario judicial de la Archidiócesis de Sevilla, Antonio Mellet, quien desarrolló un tema de actualidad: “La recepción de los sacramentos por fieles en situación familiar irregular”.

Mellet, que se definió como “un simple sacerdote de Sevilla, amante de las cofradías y que intenta amar al Santísimo Sacramento” inició sus palabras refiriendo que “hablar de doctrina suena a un engranaje, a un mecanismo de la Iglesia para constreñir las almas de los fieles”; pero añadió que no es eso la doctrina ni la intención de la Iglesia al exponerla, “sino ese elemento donde apoyarse para crecer espiritualmente y alcanzar la santidad y vivir una fe testimonial”.

En la introducción aludió a la necesidad de la formación en las hermandades, “conocer la doctrina de la Iglesia, en un sentido integral, y acercarnos más a la figura y al mensaje de nuestro fundador, Jesucristo”. E inmediatamente, lanzó la pregunta que daba título y contenido a la ponencia: ¿Puede un fiel cristiano que vive una situación familiar o matrimonial irregular acceder libremente a los sacramentos, particularmente a la reconciliación y a la Eucaristía?

Antes de responderla, el conferenciante aludió a la belleza de los sacramentos “como uno de los dos regalos que nos dejó Jesucristo: uno, la Palabra de Dios, el otro, los siete sacramentos”, y los definió como lugares de encuentro con Dios, donde el creyente se encuentra con Jesús, y donde de una manera misteriosa, mística, se le hace un gran regalo, “la gracia sacramental”.

Ahondó Mellet en la belleza del sacramento del Matrimonio, “que funda la familia cristiana, la célula principal sobre la que se asienta la Iglesia y lugar básico de la transmisión de la fe”; en el sacramento de la Reconciliación, “donde el alma de los creyentes es purificada, lavada” por tanto, “encontrarse con Dios rico en misericordia en este sacramento implica el arrepentimiento y el propósito de enmienda”.

Y en la belleza del sacramento eucarístico “donde la presencia real de Cristo en la Eucaristía, de la cual nos alimentamos, y no podemos alimentarnos de Cristo de cualquier manera, cuando acudimos a la Sagrada Comunión debemos ir siempre con el alma abierta a Dios”. Los sacramentos, pues, no son algo accesorio en la vida de un cristiano, sino algo absolutamente necesario para vivir orientados a la santidad, fin último del cristiano.

¿Qué nos dice la doctrina sobre cómo hay que celebrar los sacramentos? Apoyándose en el compendio del catecismo, afirmó con rotundidad: “hay que estar en estado de gracia”, que es aquel “estado de comunión espiritual con Dios nuestro Padre que se genera en el día del Bautismo, pero que se puede deteriorar a causa del pecado leve o también se puede romper a causa del pecado grave o mortal”.

El estado de gracia ha de existir en los cristianos, es menester, por tanto, saber si de manera permanente o puntual, se ha perdido, “ya que es lo que nos permite acudir a los sacramentos, tener comunión con Cristo que en la Eucaristía se nos entrega”.

¿Se puede romper el estado de gracia por una situación anómala en nuestra vida? ¿Se puede vivir una situación irregular dentro del matrimonio o de la familia que rompa el estado de gracia mínimamente necesario para acceder a este sacramento, que es recibir el alimento de Cristo en el pan eucarístico? Estas preguntas fueron contestadas con el apoyo de la exhortación Familiaris consortio del papa Juan Pablo II. Ahí se señalan algunas situaciones dolorosas en la familia, en las que la Iglesia no persigue estigmatizar ni condenar al fiel, “sino que éste recapacite y tome conciencia de su situación y a partir de ahí trabaje, se sepa Iglesia y miembro de la Iglesia como bautizado que somos todos”.

Entre las situaciones objetivamente desordenadas que pueden hacer perder el estado de gracia, señaló Antonio Mellet el matrimonio a prueba, las uniones o convivencias de hecho, el matrimonio civil o los separados y divorciados vueltos a casar de nuevo en el fuero civil.

“Es doloroso considerar que la Iglesia rechaza o aparta a quien no sigue un esquema de vida determinado, pero lo que la Iglesia reafirma en la esencia del matrimonio es un vínculo sacramental que existe, aunque no lo veamos, con dos características: unicidad e indisolubilidad”.

Los argumentos por los que la Iglesia de fines del siglo XXI sigue manteniendo una praxis multisecular se retrotraen al mismo San Pablo, y, citando de nuevo el compendio del catecismo, recordó que la Iglesia no permite la comunión a los divorciados vueltos a casar, aunque estas personas pueden llevar una vida de fe y oración, de caridad, atentas a la educación cristiana de los hijos, pero no acceder a los sacramentos mientras dure tal situación. “Son palabras duras”, resaltó, pero la Iglesia “no se ha caracterizado por decir palabras amables a lo largo de sus 2000 años de historia, nos regala los oídos para seguir siendo fiel a Jesucristo”.

En la parte final de la disertación hizo referencia a la reciente exhortación Amoris laetitia del papa Francisco, que no repite la doctrina ni cambia la praxis tradicional, pero “sí añade algo novedoso como es la perspectiva del discernimiento en los asuntos de la familia y del matrimonio, es decir, la actitud de discernimiento ante Jesucristo en un ambiente de oración es fundamental”.

Este documento destaca que, ante estas situaciones de sufrimiento y dolor, los fieles “deben acudir a pastores que les ayuden a discernir la conveniencia de la propia vida”, pero “no toca el tema de la Sagrada Comunión”. Sí abunda “en la misericordia, la comprensión, el acompañamiento espiritual hacia las personas que sufren estas situaciones de irregularidad matrimonial o familiar”, sobre todo en casos que son “en contra de su voluntad o de su conciencia en una situación familiar objetivamente desordenada punto de vista moral”.

Ante estas situaciones dolorosas para el fiel y la propia Iglesia, es necesario tomar conciencia de la gravedad de acercarse a la Sagrada Comunión o de poner al sacerdote en la tesitura de absolver sin un cambio sustancial en la vida, aunque salvando situaciones concretas y extremas y, siempre, el hallarse en peligro de muerte o en situación grave de enfermedad: entonces “se levantan todas las prohibiciones y obstáculos para recibir los sacramentos hacia la vida eterna: la Unción, la Confesión”.

Como punto final añadió “una palabra de esperanza”, señalando un camino de discernimiento y de búsqueda activa de la verdad de la propia vida y de la propia institución-familia a la que pertenecemos: la Iglesia. Por ello animó a seguir profundizando en la fe y a acercarnos a la doctrina de la Iglesia, “para ver por dónde debe caminar mi vida, dónde encuentro esa verdad que me hace libre y que me orienta a Dios”.

Isidro González

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